Cuando nos diagnostican una enfermedad, todo nuestro interior se revuelve.
Se produce una mezcla de sentimientos, dudas y miedos que requieren un tiempo que nos debemos permitir.
Hoy en día con la información al alcance de nuestro móvil, es relativamente sencillo conocer detalles de cualquier proceso patológico, aunque siempre lo recomendable es resolver las dudas con un profesional para no generar errores ni miedos innecesarios.
¿Y al final, que?, pues al final es necesario aceptar lo que nos pasa para poder enfrentarnos de la mejor manera y hacer lo que esté en nuestra mano para mejorar nuestra salud. La parte que nos corresponde a los profesionales, vamos a hacer siempre lo mejor para el paciente, la parte que corresponde a la naturaleza de la enfermedad no la podemos modificar, sin embargo hay una parte que nos corresponde como pacientes y es importante tomar las riendas y empoderarnos de la patología: nos vamos a hacer un bien importante y nos vamos sentir mejor !!
Todo esto pasa por la aceptación de lo que nos está ocurriendo
Evidentemente hay diferentes patologías: no es lo mismo aceptar una hipertensión, una diabetes, una enfermedad autoinmune o un cáncer.
Cada una tiene unas connotaciones y requiere diferentes tiempos, pero al final TODAS requieren aceptar que nos está pasando algo, que nuestra vida es diferente, que tenemos que cambiar hábitos y que nos tenemos que cuidar.
Sobre todo: que nos pueden pasar cosas con las que no contábamos y de repente han venido a quedarse con nosotros.
Es el reconocimiento de que la vida ha cambiado, tal vez de manera permanente o por un período prolongado. La aceptación implica dejar ir tu vida pasada y también desprenderse del futuro tal como lo habías imaginado. Esa habilidad requiere de un trabajo interior complejo.
«Me ha tocado»
La aceptación requiere conocernos emocionalmente y ser capaces de verbalizar lo que esta nueva situación nos hace sentir: que nos estamos haciendo mayores, o simplemente “que me ha tocado”.
Requiere reflexionar en voz alta , ser más tolerante con nosotros mismos, y especialmente perdonarnos: perdonarnos por tener unos sentimientos raros, a veces egoístas, o de culpa por no habernos cuidado antes o no haber consultado antes (aunque eso muchas veces no hubiera cambiado lo que ha ocurrido), o sentimientos de rabia, o lo que sea que nos pellizca el corazón. En una palabra: querernos.
¿Y ahora qué? Ahora a cuidarnos
Y a partir de aquí, comenzar a poner lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestra salud: perder peso, cuidar la alimentación, no fumar, no beber alcohol, hacer ejercicio, tomar la medicación sin sentimiento de culpa… lo que nos aconsejen los profesionales que esté en nuestra mano.
Eso no sólo nos va a ayudar a sentirnos mejor físicamente, también emocionalmente porque vamos a tener la sensación de estar ayudando a nuestro cuerpo a mejorar. Y nuestra mente nos acompaña y nuestra autoestima se fortalece. Todo va mejor.
Un ejemplo sencillo que yo uso en la consulta habitualmente es la diabetes: la parte genética es la que es, no la podemos modificar. Sin embargo, cuidarnos con el peso y la alimentación es importante antes de que aparezca.
Si a pesar de eso nos llega, hay medicación fantástica para cuidar nuestro cuerpo y que no tengamos daños por ese azúcar elevado en nuestro organismo, pero si dejamos toda la responsabilidad en la medicación y no cuidamos la alimentación ni hacemos ejercicio físico, no hay nada que hacer. Una de las patas del taburete no es fuerte y se cae.
Cuando los pacientes entienden que tienen responsabilidad en su diabetes para su mejoría y aceptan ese compromiso, el cambio es radical.
El objetivo es encontrar el equilibrio entre lo que nos ha llegado y nuestra vida, siempre optimistas y con la ayuda del aprendizaje vivido que nos sirva como punto de partida a esta vida mejor que estamos iniciando. ¡Suerte!